No me explico como se me pasó por alto publicar las palabras que la escritora, periodista y poeta, Esther Peñas tuvo a bien decir en la presentación del libro "La escritora y el enterrador y otros relatos", presentación que se hizo en la Librería Mujeres & Cia. en Madrid (2013)
Revisando antiguos archivos lo he encontrado y es, justo y necesario, que haga público su contenido tanto por el libro como por Esther. AL leerlo de nuevo me he emocionado muchísimo y ha sido como revivir de nuevo aquellos mágicos momentos que tanto me embargaron emocionalmente y que me siguen emocionando tres años después.
Mi querida Esther, mi eterno agradecimiento por esa magnífica presentación que hiciste de mi primer libro de relatos.
Presentación
de ‘La escritora y el enterrador’ (Bubok)
de Jone
Miren Asteinza
Muy buenas tardes a todos. Permítanme, pues seré
breve, comenzar agradeciendo a la autora la insensatez de querer que dijera
unas palabras a propósito de este libro de relatos que tan dichosamente nos ha
reunido hoy aquí. También a Chelo, de quien, desde el primer momento me
conmovió el amor (llámese, si se prefiere, amistad) para con Jone que la movía,
que fue quien dio conmigo. Gracias del mismo modo a esta librería que huele a
literatura, que no a papel. Se necesitan en estos tiempos feroces palabras bien
engarzadas y templos que las respeten.
Llevo muchos años haciendo críticas literarias;
unos cuantos, además, dando consejos en un taller de escritura creativa, y
siempre, lo primero que valoro en un libro es su honestidad. Cuando un libro
está escrito de manera sincera, dando lo mejor de uno mismo, sin imposturas ni
trampas, nada se le puede reprochar. Será mejor o peor, tendrá unas dosis
literarias más o menos generosas o acertadas pero, desde luego, habrá cumplido
el requisito imprescindible.
Todo artificio, en cuanto a situación, termina por
fallar, por lastrar la lectura, por cansar al lector. Lo que es peor, por
defraudarle. En cambio, si el basamento primero es sincero, honesto, el lector
sabrá desde la primera línea, aunque no seguramente de manera consciente, que
quien ha escrito esas páginas, quien ha ido pespuntando esos capítulos, quien
ha cincelado esos relatos, ha entregado la mejor versión de sí mismo.
José Luis Sanpedro lo explicó muy bien en una
entrevista, hace años, a propósito de ‘El río que nos lleva’, que el mundo es
una hoguera, y cada uno de nosotros una chispa infinitesimal de esa hoguera.
Que la vida es arder; lo que no arde, no vive. Es decir, que quien no se
entrega por completo en lo que hace no arde, y si no arde, no merece la pena
ser madera.
Este reflexión de partida era necesaria para que
se hicieran una idea de lo supone para mí decir que Jone es una escritora
honesta. Estos catorce relatos no tienen doblez, son lo que son, que es decir
mucho, se leen como quien extiende una mullida alfombra sobre un suelo de
cerámica, de un modo cómodo, elegante, entregado. Se nos presentan como una
sugerente propuesta que la autora escoge con delectación.
El estilo de Jone es sencillo, como las grandes
cosas. De tan sencillo que parece rodar. Por eso uno lee el libro de una vez,
porque construye las historias de un modo en el que se nos seduce y nos atrapa.
Queremos conocer todo lo que la autora ha tejido para nosotros. Sus formas son
pausadas, pero rítmicas, y recuerdan al adagio latino ‘festina lente’,
apresúrate despacio, que hay prisa, que es la mejor manera de cortejar al
lector, hacerle sentir la quietud de las cosas que suceden.
Como en el cuento que abre y da título a la
composición, ‘La escritora y el enterrador’, un cuento en el que se nos
presenta una mujer callada, silenciosa, cuyo único momento que la justifica es
el de la escritura. Parece que no sucede nada (la misma extensión, breve,
contundente, nos despista) y, sin embargo, el cuento transcurre. Y dentro de
relato, adquieren una enorme importancia los silencios. Sigamos con el ejemplo.
¿Qué es lo que ha sembrado en esta escritora, la del cuento, esa melancolía
letal? ¿Sobre qué escribe? ¿Y el enterrador, cómo se llama, qué florece de las
hojas que entierra?
Hay cosas que no se explican en lo relatos de Jone
y que suscitan reflexiones, e invitan a quedarse un rato más deambulando por
cada una de estas historias para completarlas, que de eso trata la literatura, y
de apurarlas e incluso consumarlas.
Y si hemos hablado del estilo, hablemos de la
temática, en la que cabe el desconcierto, la sorpresa cotidiana, el azar en su
versión más aciaga. Por ejemplo, en ‘Luces y sombras’, en las que el espectador
busca ese por qué que anegue la sinrazón de tantas cosas que escapan a la
lógica y el entendimiento y, sin embargo, suceden, suceden y levantan una nube
de estupor. ¿Por qué ese empujón por la espalda? ¿Y por qué de lo absurdo de
esta vida? Jone no quiere dejar fuera lo incómodo, y nada hay más perturbador
que aquello que traspasa los límites de la razón y lo razonable.
Particularmente, me gusta ‘La pasión de Laura’,
porque también habla del arte creador, de cómo alguien que se entrega a un arte
determinado, el que sea, en el caso que nos ocupa, la fabricación de muñecas,
aunque acaso el verbo que más se ajuste sea gestar, que remite a gestación.
Porque el primor con el que Laura va creando a sus criaturas es muy similar al
del escritor que va componiendo, como en un puzzle, una imagen que, si al
principio intuye, poco a poco, adquiere nitidez.
Y celebro ‘Abriendo los ojos’, porque parece que,
a ciertas edades, estuviera prohibido adentrarse en los terrenos dominados por
el placer. Y Jone no sólo transita esos terrenos sino que acampa en ellos, sin
mojigatería, sin morbo, porque procede, esa es la mejor credencial, no buscar
nada sino que dejar que surja, y si lo que pide el cuento es una sensualidad
manifiesta, una voluptuosidad casi virginal, adelante.
Hay otros muchos, no voy a diseccionarlos todos.
Acaso ‘Aquella tarde en el lago’, muy significativo del modo en que interesa a
Jone detallar el amor, sin alharacas, sencillo, de nuevo, cotidiano pero
hermoso, hermosísimo de tan sincero, el amor que espera desde donde esté;
también la terrorífica advertencia de ‘Los zapatos parlantes’ o el final,
desgarrado pero franco de ‘La carta’.
Por todo ello y por más sutilezas que irán
descubriendo ustedes mismos, les animo a que se dejen arropar por estas
historias que, en ningún caso, sospecho que les dejarán impasibles.